24 nov 2010

Ganaremos la batalla


Pudiera culpar a cada uno de los rayos de sol que penetraban los poros de su piel día con día. Quizás a sus padres por obligarlo a trabajar arduas jornadas bajo el intenso calor. Se llevaría parte de esto el presidente en turno por no buscar mejorar el desarrollo social y ofrecer empleos dignos a su país. ¿Y porqué no? hasta el mismo Dios por crear algo tan hermoso, inmenso pero dañino.

La verdad es que cuando el cáncer llega a tu padre, no puedes culpar nadie y si alguien o algo fuera responsable de ello es imposible que cambien lo sucedido, esas células ya están en su cuerpo y no puedes regresar al pasado, necesitas inmediatamente pensar en el presente en valorar cada minuto y añorar con fuerzas que exista un futuro.

Resultaba cotidiano hablar sobre las personas de nuestro entorno social que padecían o padecen esta enfermedad, pero, cuando llega a tu familia, tu mundo muta a blanco y negro, no importa nada, en tu cabeza sólo existen recuerdos, ideas de lo que puede pasar, o mejor dicho de aquello que nunca pueda pasar.

Los consejos jamás faltan, las recetas extrañas y algunas hasta asquerosas se vuelven parte de su dieta, las visitas al doctor son más comunes que a la abuela, pero aquello que se vuelve parte de tu día a día son las despedidas, los consejos que nos entrega a sus hijos, la lista de pendientes por hacer y el recordarnos cada momento lo mucho que nos quiere.

Pareciera una regla, la unión de todos los integrantes de la familia al vivir una situación así, pero siempre la cumplimos, estúpidamente siempre cambiamos cuando la muerte ronda a nuestra alrededor, intentamos recuperar el tiempo perdido no solo con él, sino con Dios, los domingos se los volvemos a dedicar.

Sin embargo lo que más se aprende, es la importancia de no perder ni un minuto para iniciar con los tratamientos, no creer que cáncer es sinónimo de muerte, pero sobretodo saber que con una célula de esperanza, es posible matar a todas las células cancerígenas.